Qué hacer cuando necesito un milagro de Dios, aunque parezca imposible.
Recuerdo la primera vez en mi vida en que tengo conciencia de recibir un milagro de parte del señor.
Solo tenía cinco o seis años de edad.
Me gustaba mucho revisar los cajones de mi mamá y mi papá y jugar descubriendo lo que había en ellos y descifrando que eran los objetos.
Mi mamá era bastante tolerante con ese hábito, aunque a mi papá puedo decir que no le gustaba para nada que lo hiciera.
A pesar de eso, aún puedo oír la voz de mi mamá diciendo:
“Un día de estos me vas a dejar uno de los cajones trancados y no lo vamos a poder abrir porque se van a perder las llaves”.
Lo cierto es que con demasiada frecuencia las mamás predicen el futuro.
Y esta vez no fue la excepción.
Mi mamá tenía un escaparate de guardar la ropa en su habitación.
Media algo así como 1.7 metros de alto y unos dos metros de largo. De un color café claro y con formas de trébol talladas en las dos puertas laterales.
En la parte central superior del mueble había un cajón que tenía una puerta donde ella guardaba sus pertenencias más valiosas.
Y adivina, ¿cuál era mi cajón favorito?
Y adivina que cajón cierto día quedó trancado con las llaves adentro…
¿Cómo se tranca un cajón de esos con las llaves por dentro?
Hasta la fecha, después de casi veinte años, no he podido dar con la respuesta.
Lo cierto es que así pasó.
Mi mamá llegó en la noche.
Obviamente, yo no me iba a delatar.
Pero ella de inmediato se percató y me dijo:
//Favor leer con acento y tipo de voz de mamá latina para entender la gravedad del asunto//
“Hasta que lo trancaste… ¡No sé cómo vas a hacer, pero me abres ese cajón antes de que llegue mañana de trabajar o si no te castigo (correa) por desobediente!, y ¡ay de ti que me dañes la chapa del cajón!…”.
Así es, no podía dañar la chapa del cajón…
¿Qué hace un niño que no tenía ni Google ni YouTube en ese tiempo, mucho menos conocimientos de cerrajería ante un problema tal?
No se puede hacer nada más que suplicar a Dios por un milagro.
Aún recuerdo que durante ese día me iba a menudo a arrodillar junto a la cama de mi mamá a orar.
Lo hacía con tal fe y con tal certeza que ahora me invade la nostalgia al ver cómo de adultos no es tan difícil creer que Dios puede obrar.
Así que después de orar varias veces empecé a procurar solucionar el problema con los medios que tenía.
Intenté abrir la chapa con cuchillos, tijeras, alambres y más oración.
Pero nada.
De algún modo vi una correa de mi mamá en la habitación y recuerdo haber pensado que con el pasador de la hebilla quizá lo podría abrir.
Obviamente, el pasador era demasiado grueso para entrar por la cerradura y después de forcejear por un buen rato nunca entró.
En ese momento, a punto de llorar, caí de rodillas y le dije a Dios que abriera ese cajón o me iban a castigar, que yo sabía que Él podía hacerlo.
Adivina que pasó después.
Me levanté, tomé la correa y con el pasador de la hebilla intenté una vez más.
Contra todo pronóstico de la física y la ciencia, el pasador entro en el ojo de la cerradura e inmediatamente le di la vuelta y abrió el cajón.
Yo saqué el pasador de la hebilla de inmediato y abrí la puerta del cajón.
Allí estaban las benditas llaves.
En la noche llegó mi mamá y al preguntarme cómo lo había abierto pretendí mostrarle que con el pasador de la hebilla de la correa se podía abrir tan solo para quedar chasqueado porque este nunca más en la vida volvió a entrar.
Cuanto necesitamos aprender de la fe de los niños, no había una sola duda en mí acerca de que Dios podría obrar.
No en vano la escritura dice que nos es necesario ser como ellos para entrar al reino de los cielos.
La historia bíblica de hoy se encuentra en los evangelios e involucra también un niño y un milagro.
A través de ella abordaremos la temática del día de hoy:
“Cuando Jesús alzó la vista y vio que una gran multitud se acercaba a él, le dijo a Felipe:
«¿Dónde compraremos pan, para que estos coman?»
Pero decía esto para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que estaba por hacer.
Felipe le respondió: «Ni doscientos días de sueldo bastarían para que cada uno de ellos recibiera un poco de pan.»
Andrés, que era hermano de Simón Pedro y uno de sus discípulos, le dijo:
«Aquí está un niño, que tiene cinco panes de cebada y dos pescados pequeños; pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús tomó aquellos panes, y luego de dar gracias los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados.
Esto mismo hizo con los pescados, y les dio cuanto querían.”
San Juan 6:5-9, 11
Son varias las cosas que podemos aprender de esta historia y de la mía acerca de qué hacer si necesitas un milagro.
La primera es que el señor Jesús se interesa por nuestras necesidades.
Observa que la escritura dice que:
“Cuando Jesús alzó la vista y vio que una gran multitud se acercaba a él, le dijo a Felipe:
«¿Dónde compraremos pan, para que estos coman?»
¿No es hermoso el señor Jesús?
No solamente le interesaba darles pan de vida a estas personas, sino que también le preocupaba que recibieran el pan diario.
Constantemente a lo largo de su vida en esta tierra se interesó por suplir la necesidad de las personas que le buscaban.
Tanto su necesidad física, como emocional y sobre todo espiritual.
No temas, ni pienses que el problema que estás atravesando le es indiferente a Jesús.
Comprende y cree que a Él le interesa genuinamente darte lo mejor.
Ningún problema es demasiado pequeño o demasiado grande para llevarlo al señor. Yo cómo niño lo sabía y por eso también le llevé mi problema a Él
Lo segundo que podemos aprender de esta historia es que el señor espera de nosotros que veamos la solución en Él cuando parezca imposible obrarla por nosotros mismos.
La escritura dice que:
(…) le dijo a Felipe:
«¿Dónde compraremos pan, para que estos coman?»
Pero decía esto para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que estaba por hacer.
Felipe le respondió: «Ni doscientos días de sueldo bastarían para que cada uno de ellos recibiera un poco de pan.»
Felipe cometió un error de lógica que aquellos quienes amamos al señor nunca debemos permitirnos cometer.
Felipe no buscó la solución al desafío o problema en Jesús, sino que declaró que era imposible solucionar el problema y se dio por vencido de inmediato.
Su respuesta debió ser algo así como:
“Ni doscientos días de sueldo bastarían para que cada uno de ellos recibiera un poco de pan.»
Es necesario que tu señor obres un milagro.”
Pero no ocurrió así.
Él simplemente pensó que no estaba dentro de las posibilidades del grupo, incluyendo a Jesús, solucionar un problema.
¡Error!
No hay nada imposible para Dios.
Cuando algo no sea posible para ti, pon los ojos en Jesús.
Lo tercero que podemos aprender de esta historia es que debemos hacer nuestra parte y poner esos esfuerzos a los pies del señor para que Él haga la suya.
La escritura dice que:
Andrés, que era hermano de Simón Pedro y uno de sus discípulos, le dijo:
«Aquí está un niño, que tiene cinco panes de cebada y dos pescados pequeños; pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Muy por encima de la actitud de Felipe me encanta la actitud de Andrés y del niño.
El niño probablemente estaba cerca y escuchó que Jesús necesitaba alimentar a esa gran multitud y se atrevió a poner lo poquísimo e insignificante que tenía a los pies del señor.
Se atrevió a hacer su parte, a aportar lo que podía aportar, aunque no pareciera que esto fuera a hacer la diferencia, pues comprendió que un milagro estriba también en la unión del esfuerzo humano con el poder divino.
La actitud de Andrés también fue loable, aunque él sabía que era insignificante, no le impidió al niño ayudar.
Por el contrario, el mismo llevó al niño con sus panes y sus peces ante la presencia de Jesús, porque comprendía que Jesús podía hacer cosas extraordinarias con las cosas pequeñas.
Así que aunque humanamente no iba a hacer ninguna diferencia, sabía que la diferencia la hacía Jesús.
Un cuarto aprendizaje que podemos extraer de esta historia es que una vez hagamos nuestra parte debemos dejar que Jesús haga la suya y allí es donde el milagro ocurrirá.
La escritura dice que:
Jesús tomó aquellos panes, y luego de dar gracias los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados.
Esto mismo hizo con los pescados, y les dio cuanto querían.”
Ese día, con tan solo cinco panes y dos peces, comieron muchas más de cinco mil personas y sobró comida.
Eso pasa cuando ponemos nuestra confianza y nuestros esfuerzos a los pies de Jesús.
Con independencia de cuál sea tu circunstancia, confía en que Jesús se interesa por tu necesidad.
Pon tu mirada en Él como aquel que puede solucionarlo.
Pon tus mejores esfuerzos a los pies de Jesús, aunque no parezca que hagan ninguna diferencia y espera con fe el milagro.
Cuéntanos acerca de uno de esos tantos milagros que el señor ha obrado en tu vida.
Cuéntanos acerca del milagro que está obrando o el milagro que esperas.
Para ello déjanos un comentario. Estaremos felices de leerlo.
Escucha y canta esta canción ante la dificultad, Confiaré En Ti.
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